GA213c1. La luz de sol, la luz de la luna, los eclipses y la vida anímica del hombre

Del ciclo «Preguntas humanas y respuestas cósmicas»

 Rudolf Steiner – Dornach, 25 de Junio de 1922

English Version

Es extremadamente difícil para la conciencia moderna actual ver alguna relación entre el alma y el espíritu humano y el mundo físico puramente material, a su alrededor, y no hay, de hecho, justificación alguna ante la falta de comprensión hacia la Antroposofía, cuando se dice que el alma y el espíritu del hombre, es decir, el cuerpo astral y el Yo, abandonan el cuerpo físico y etérico y continúan existiendo fuera de ellos.

¿Dónde, están pues el cuerpo astral y el Yo? Esta es la pregunta que nos plantean las personas que obtienen su conocimiento de la ciencia materialista de nuestros días. Ellos, naturalmente, no pueden concebir que un elemento anímico pueda  tener su lugar dentro de los límites del espacio. A lo sumo, pueden reconocer que existe el aire y que el espacio está impregnado de luz, pero la idea de que el alma y el espíritu existan en el espacio está para ellos más allá del reino de lo posible.

Esta imposibilidad no es más que una pequeña muestra de esa gran imposibilidad de concebir donde van el alma y el espíritu humano, cuando a través de la muerte, deja el cuerpo inerte en la Tierra. El verdadero hombre moderno dice que puede «creer» en esas cosas. Sin embargo, en el momento en que comienza a hacer uso de su poder de pensamiento, se encuentra inmerso en conflictos interminables. Estos conflictos cesan cuando se esfuerza en investigar la Ciencia Espiritual. Pero las ideas que tiene que asimilar son extrañas y desconocidas y tiene que abordarlas lenta y gradualmente. En este punto vamos a considerar ciertos hechos de la historia espiritual que hoy en día son muy poco conocidos en el mundo exterior.

Sabemos que las antiguas concepciones tradicionales que se remontan a la Sabiduría Primordial, se incorporaron después en las distintas religiones, convirtiéndose en materia de fe. En la antigüedad existían Centros de Misterio que cumplían las funciones de Iglesia, Academia y Escuela de Artes. Estos Centros de Misterio eran la fuente de todo el conocimiento que desembocó en las masas del pueblo, y en los impulsos que determinaban sus actividades.

En estos Centros de Iniciación habitaban hombres que, a fuerza de un entrenamiento especial, habían alcanzado un mayor conocimiento. Como resultado de las pruebas por las que habían pasado, entraron en una relación definida con el Cosmos, una relación que les permitió aprender, prestando atención a los procesos cósmicos, a la marcha de los acontecimientos cósmicos, lo que ellos deseaban saber con respecto al mundo.

Sólo las formas posteriores, más o menos corruptas de ese conocimiento, se han conservado en la historia exterior. Ustedes saben que en los Oráculos de los templos griegos, algunas personas solían pasar por un estado mediúmnico, y cuando, en determinados momentos,  se levantaban los vapores de la Tierra, estas personas caían en un estado de conciencia que hoy en día sería llamado de «trance» por aquellos que persistían en mantener una actitud superficial hacia las cosas espirituales. No hay conocimiento verdadero, no hay conocimiento que corresponda a la realidad que se pueda alcanzar a través del trance, todo es un revoltijo confuso y no tiene ningún fundamento real. Pero cuando los métodos antiguos para entrar en relación con el cosmos, se deterioraron y corrompieron, la gente consultaba los oráculos como un último recurso. Y todo lo que se revelaba desde esa conciencia de trance era considerado como una revelación de los objetivos de los seres divino-espirituales que estaban detrás de todos los procesos cósmicos. Los hombres ordenaban sus vidas de acuerdo con las declaraciones de estos oráculos.

Ahora bien, en la época en que los hombres recurrieron a los oráculos, ya habían perdido las facultades que una vez habían poseído los iniciados en los Misterios. Por eso se apoyaron en otros medios más externos para regular sus acciones. Trataré ahora de aclararos una de las vías por las que, en épocas muy antiguas, los iniciados en los Misterios penetraban en los secretos del universo, en secretos que expresaban los propósitos de los Seres Divino-Espirituales cuya misión es para dirigir y gobernar los fenómenos de la Naturaleza. Tales iniciados, después de haber pasado por un largo período de preparación durante el cual trabajaron en todo su ser de tal manera que pudieron observar los procesos vitales más sutiles, finalmente alcanzaron un punto en su desarrollo cuando, contemplando el sol naciente, entró en un estado de ánimo definido. Esta era una práctica a la que el viejo iniciado se aplicaba constantemente. Trató de volverse espiritualmente receptivo a todo lo que sucedía al amanecer. Cuando el sol se elevaba lentamente sobre el horizonte, un sentimiento de asombro e intensa devoción interior invocaba en el alma del iniciado. Hoy es difícil formarse una idea de este estado de ánimo: era un sentimiento de la más profunda reverencia combinado con un anhelo de conocimiento.

Un último eco de este estado anímico puede llegarnos cuando leemos la maravillosa y hermosa descripción de la salida del sol, del poeta y escritor alemán, Johann Gottfried Herder. Esta descripción fue escrita hace más de cien años, y se diferencia de cualquier otra que pudiera emanar de algunos de los insignificantes poetas modernos. Herder contemplaba la salida del sol como el símbolo de toda la vida de vigilia, no sólo en la naturaleza, sino también en el alma humana, en el corazón humano. La sensación de la madrugada en el alma humana misma, cuando el sol se elevaba desde las profundidades interiores, fue interpretada maravillosamente por Herder al tratar de mostrar cómo entraba el humor poético en la evolución humana, y cómo este sentimiento poético se vivificaba con todo lo que el hombre podía experimentar, cuando contemplaba un amanecer.

Y las siguientes palabras del Fausto de Goethe: “Arriba, Académico, lejos del cansancio, baña tu pecho en la mañana roja”

Aún con mayor intensidad podemos ver el misterio de la salida del sol que siente un hombre como Jacob Boehme, cuyo primer trabajo fue, Aurora, o la llegada del amanecer. Y las siguientes palabras del Fausto de Goethe: «Arriba, Académico, aleja el cansancio, baña tu pecho en la mañana roja», no son ajenos a los secretos de la aurora.

Cuanto más nos remontamos en la historia de la evolución humana, encontramos los más maravillosos estados de ánimo que se despiertan en el alma en el momento de la salida del sol, cuando los primeros rayos del sol de la mañana llegan hacia la Tierra en sus ondas pulsantes, acelerando la luz del cosmos. Y en los Centros de Misterios, los antiguos iniciados, cuando se preparaban de una manera definida, eran capaces, justo en el momento de la salida del sol, de formular las preguntas más solemnes y sagradas a los Espíritus Cósmicos, y enviar estas preguntas, desde lo más profundo de sus corazones, a la lejanía del espacio.

Tal iniciado se decía a sí mismo: «Cuando el sol envía los primeros rayos de luz hacia la Tierra, es el mejor momento para que el hombre lance sus preguntas hacia los amplios espacios cósmicos». Y así el antiguo iniciado derramaba hacia las distancias cósmicas, los enigmas que llenaban su alma y corazón. Sin embargo, no buscaba respuestas de la forma trivial que estamos acostumbrados en nuestra ciencia física, sino que entraba en un estado de ánimo en el que se decía: «Hemos entregado nuestros enigmas y preguntas al Universo. Estas preguntas no descansan en el cosmos, sino que han sido recibidas por los Dioses».

La gente puede pensar lo que quiera acerca de tales cosas. Eran como las he descrito; tales eran las prácticas en los tiempos antiguos. Después, los iniciados esperaban, y al llegar la noche ponían su corazón en alerta. Pero ahora no se entregaban al estado de ánimo que hace preguntas, sino que se hacían receptivos, y en un estado anímico devocional esperaban los rayos de la luna llena que se alzaban sobre el horizonte. A su juicio, era el momento en el que se podía recibir la respuesta del Cosmos. En los Misterios Mayores se trataba de un procedimiento muy habitual. En ciertas ocasiones, las preguntas y enigmas se enviaban al espacio cósmico, y las respuestas de los Dioses se enviaban a la Tierra, a través de los rayos de luz de la luna llena.

De esta manera el hombre vivía en comunión con el Cosmos. Él no era entonces tan orgulloso que formulaba ciertas preguntas a la manera intelectual, como suele hacer un filósofo moderno, para luego inmediatamente exigir una respuesta. No estaba tan engreído como para suponer que podía sentarse ante un trozo de papel  y por medio del cerebro humano resolver los grandes enigmas de la existencia. Más bien creía que debía obtener el consejo de los Poderes Divino-Espirituales trabajando y tejiendo en el cosmos para descubrir las respuestas a los enigmas cósmicos. Porque sabía: «Fuera de mí, en el cosmos, no encuentro más que el contenido de mis percepciones sensoriales normales. El elemento espiritual está trabajando y tejiendo en todas partes. Y en el momento en que los rayos del sol penetren a mí, puedo salir a su encuentro con todo el contenido de mi voluntad”.

Este secreto se ha perdido por completo en la investigación moderna. Sin embargo, esas cosas eran entendidas por el hombre y vivían en ellas con verdadero conocimiento y sabiduría. En Europa, uno de los últimos en preservar esta tradición fue Juliano el Apóstata. El cometió la imprudencia de tomarse estas cosas muy en serio, y como resultado, fue víctima de sus enemigos.

Hoy en día los hombres describen al sol diciendo que envía sus rayos sobre la Tierra. El Antiguo Iniciado habría dicho: «Esto es sólo el aspecto físico. La realidad espiritual es que los hombres viven sobre la Tierra y en ella desarrollan su voluntad, y cuando los rayos del sol, llegan desde los cielos a la Tierra, él puede elevar su voluntad a la dirección del sol, al lejano espacio cósmico. En la corriente volitiva que, por así decirlo, fluye de la Tierra hacia el Sol, el iniciado enviaba sus preguntas al cosmos.

Y mientras que el hombre actual dice: «En el otro lado está la Luna, y la Luna envía sus rayos sobre la Tierra», el Antiguo Iniciado decía: «Eso es de nuevo sólo el aspecto físico. La verdad es que los pensamientos llegan a la Tierra a través de las corrientes de la luz de la Luna”. Así, el iniciado confiaba sus preguntas a los rayos volitivos que corriente arriba, iban de la Tierra hacia el Sol, y recibía las respuestas de los rayos de pensamiento que desde la Luna llegaban a la Tierra.

La ciencia moderna sólo conoce un lado de la imagen. El científico considera sólo las propiedades físicas del Sol y la Luna. El iniciado antiguo decía: «Mientras que el sol envía continuamente su luz sobre la Tierra, la Tierra envía sus rayos de voluntad —la combinación de las fuerzas de voluntad de todos los seres humanos que viven en la Tierra— al Cosmos. Y cuando el hombre permite que la luz de la luna brille sobre él, le llegan los pensamientos cósmicos  a través de sus rayos».

El organismo humano ha sufrido muchos cambios. Cualquiera que esté actualmente en la búsqueda del conocimiento suprasensible no puede proceder de la manera antigua. El poder de comprensión del hombre es más burdo de lo que era en tiempos antiguos. Es cierto, por supuesto, que aún hoy en día los rayos de su voluntad fluyen hacia el cosmos. Pero él ya no siente que los rayos de su voluntad puedan elevar sus preguntas al cosmos, pues ya no arden en él, como lo hicieron una vez . Se ha hecho demasiado intelectual, y el intelecto enfría la intensidad de todas las preguntas. Tenemos muy poca sensación del insaciable anhelo que existía en el hombre por el conocimiento de los misterios más sagrados del Universo. Ya no estamos apasionadamente deseosos de conocimiento, solo curioseamos y nos gustaría saberlo todo, lo más rápido posible, sin tomarnos la molestia de comprender realmente el mundo que nos rodea.

En nuestra época actual sólo a los amantes les gusta soñar en el claro de Luna. Los hombres “sabios” considerarían una superstición terrible si se les preguntara si creen que las respuestas a los enigmas más candentes de la existencia podrían llegarles a través de los rayos de la Luna. Para el hombre moderno, el mundo está totalmente carente de Espíritu, y no entiende nada de lo espiritual que se manifiesta por todas partes del mundo, o, si habla del espíritu lo hace en un sentido vago, panteísta, sin ningún conocimiento concreto de por qué los rayos de la voluntad están relacionados con los rayos del Sol,  o cómo la forma del pensamiento humano está relacionada con la luz que nos llega de la Luna.

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Por medio de una iniciación adaptada a los tiempos modernos, podríamos sin embargo ser capaces de entrar una vez más en relación con el Cosmos y con el Espíritu del Universo. La única diferencia es que el intelecto moderno tiene que hacerlo de otra manera. Con los ejercicios preparatorios que conducen a la iniciación que se describen en mis libros, en particular en “Como se adquiere el conocimiento de los Mundos Superiores”. El propósito de estos ejercicios es llevar al hombre actual a un punto en el que le sea realmente posible recibir respuestas a sus preguntas, no sólo en su orgullo moderno de hacer las preguntas a la manera intelectual y esperar que las respuestas surjan de su propio cerebro. Este último método puede de hecho resultar en ideas muy inteligentes, pero la simple «inteligencia» nunca podrá conducir a las verdaderas respuestas a los enigmas de la vida. Esta agitación continua en la cabeza, aísla al hombre del Universo.

El iniciado moderno también debe hacerse preguntas, pero tiene que llenarse de paciencia y no esperar a recibir una respuesta inmediata. Así poco a poco llegará a una etapa de su desarrollo en el que ya no se limitará a observar el mundo exterior con el fin de satisfacer su curiosidad a través de las impresiones recibidas por sus ojos, oídos y demás sentidos. Es cierto, que recibe las impresiones exteriores por medio de sus sentidos, pero mientras él observa definitivamente, íntimamente, todo lo que está alrededor de él, —las flores, el sol, la luna, las estrellas, los otros seres humanos, las plantas y los animales—, mientras que gira sus sentidos en todas las direcciones, y permite que todas estas impresiones exteriores fluyan hacia él, envía a su encuentro una corriente de fuerzas de su propio ser. Y es esta fuerza la que representa la pregunta que él quiere hacer.

El hombre mira, tal vez, una hermosa flor. No obstante, no se limita a mirarla pasivamente, sino que fija su mirada en su color amarillo, y permite hacerse una impresión sobre él y al tiempo que envía su pregunta hacia el amarillo de la flor, se sumerge en la pregunta y en el enigma de la existencia del color amarillo, o tal vez del color rosado de la salida del sol o de alguna otra percepción. Él no hace las preguntas desde su corazón, por una impresión particular, como, por ejemplo, la salida del sol, sino que las derrama en todas y cada una de sus percepciones sensoriales. Si estuviera dispuesto a esperar para recibir las respuestas de esas mismas percepciones sensoriales, sería como si el antiguo iniciado enviase sus enigmas a la salida del sol y esperase a continuación la respuesta del sol, en lugar de esperar, como sabemos que lo hacía, en el momento de la luna llena. El iniciado antiguo tenía que esperar por lo menos catorce días, pues era en el momento de la luna nueva cuando él realizaba sus preguntas a la salida del sol, y sólo recibía las respuestas  cuando la luna estaba llena.

El filósofo moderno difícilmente estaría dispuesto a esperar catorce días. Ya para entonces esperaría que su libro estuviese en las manos de los impresores, o, digamos, habría esperado antes de que fuera tan difícil encontrar una editorial. Hoy, sin embargo, tenemos que aprender a tener paciencia. Cuando el hombre se entrega a sus preguntas sobre las impresiones de los sentidos, cuando permite que estas preguntas se impregnen de todo tipo de cosas, no debe esperar que estas mismas impresiones sensoriales, le traigan inmediatamente la respuesta a modo de revelación. Él debe esperar, —y esto es fácil si ha realizado los ejercicios de preparación, durante un tiempo suficientemente largo—, esperar a menudo durante un largo tiempo, hasta que finalmente todo lo que ha llevado al mundo exterior se eleve en su interior en forma de respuesta. En caso de que se hagan las preguntas al azar, de una manera azarosa, tal vez pueda recibir un tipo de respuesta fortuita, —respuestas que proporcionan a ciertas personas un a modo de satisfacción egoísta—, pero de una cosa pueden estar seguros: no serán respuestas reales. Deben proyectar sus preguntas en la flor, el océano, en la gran bóveda celeste y sus estrellas, en todo lo que nos viene como impresión desde fuera, y deben esperar hasta que tarde o temprano surjan las respuestas en lo más íntimo de su ser. No tienen que esperar  exactamente catorce días, la duración del período es algo que no se puede determinar como consiguieron hacerlo los antiguos iniciados. Simplemente tenemos que esperar a que llegue el momento oportuno, el momento en que todo lo que anteriormente era impresión exterior se convierta en experiencia interior, y en el propio interior resuene la respuesta.

El arte de la investigación espiritual, de la investigación del cosmos, consiste en ser capaces de esperar, y no imaginar que las respuestas nos serán dadas inmediatamente. De ello se desprende también, como una cuestión de rutina, que las preguntas definitivas solo deben hacerse si vamos a obtener la respuesta. Si usted pregunta a los que ya han obtenido el verdadero conocimiento, como se entiende en el sentido moderno de la iniciación, oirá lo mismo de todos ellos. Un hombre así quizás le conteste la siguiente historia: «Cuando tenía treinta y cinco años me hice consciente de este u otro gran problema de la existencia, y todo lo que experimenté en relación con él entró profundamente en mi ser. En ese momento me llegó el problema como una cierta impresión particular desde el mundo exterior. Y cuando ya tenía cincuenta años dentro de mí  surgió la solución al problema».

Antiguamente los Iniciados colocaban sus preguntas dentro de la matriz del espacio con el fin de que del espacio pudieran nacer de nuevo. El elemento solar pasaba a través de una metamorfosis lunar. Hoy en día los misterios que el hombre de buena gana querría desentrañar, todo lo que de buena gana aprendería en su conversación con los Seres espirituales, debe colocarlo primero en la corriente del tiempo. El elemento cósmico aparecerá una vez más, naciendo del alma humana después de un período de tiempo determinado por los mismos poderes cósmicos. Pero es necesario que el hombre llegue a un punto en el que sea capaz de sentir y saber cuándo se mueve dentro de sí una respuesta divina, cósmica, y distinguir entre esa respuesta y que lo es meramente humano.

Así, el contenido real de la iniciación antigua todavía está presente, pero de otra forma. Sin embargo, tenemos que tener muy claro lo siguiente. Si el hombre desea penetrar en los grandes misterios de la existencia, debe ser capaz de entrar en una relación espiritual con los Seres Espirituales, con los seres cósmicos. No debe seguir siendo un ermitaño en la vida, no debe tratar de resolverlo todo por sí mismo, a su manera egoísta. Debe estar dispuesto a esperar hasta que el cosmos le de la respuesta a esos enigmas y problemas que él mismo ha enviado al espacio cósmico.

Es evidente que si un hombre ha aprendido a enviar las fuerzas de su alma al cosmos y a recibir las fuerzas cósmicas en sí mismo, es mucho más capaz de comprender los misterios del nacimiento y la muerte de lo que lo era antes de haber llegado a tal conocimiento. Cuando el hombre empieza a comprender cómo el elemento volitivo inherente a la corriente anímica fluye hacia los rayos del sol, como lo transmite a todas las impresiones sensoriales que recibe del mundo exterior, también empieza a entender cómo su alma y espíritu fluyen hacia el Universo en oleajes de un elemento espiritual, de un elemento cósmico, cuando su cuerpo físico ha caído  víctima de las fuerzas de la muerte. Además, aprende a entender cómo la espiritualidad es devuelta de nuevo a la Tierra por la Luna, por la luz de la luna. Se hace consciente de que sus pensamientos más elevados regresan a él desde el espacio cósmico. Porque aunque en la época actual los pensamientos se elevan desde el propio ser del hombre, sin embargo, es el elemento lunar en el organismo humano, el que genera los pensamientos.

El hombre que ha tenido estas experiencias, debe aprender a medir el verdadero significado de ciertos fenómenos transitorios que se destacan, por así decirlo, a medio camino entre los procesos considerados como físicos y cósmicos en su naturaleza, y los que son cósmicos y espirituales. El hombre actual, debido en gran parte a su educación materialista, describe todo desde el punto de vista físico. Él dice: «Un eclipse de sol se debe al hecho de que la Luna se interpone entre el Sol y la Tierra, opacando la radiación solar». Esta es una explicación física, construida a partir de la observación física y es obvia, es como que si dijéramos: «Aquí hay una luz, y aquí hay un ojo. Si pongo mi mano en la parte frontal del ojo, la luz se oscurecerá”. Como pueden ver, se trata de algo puramente físico, una explicación espacial, y ese es el camino por el que va la conciencia moderna.

Debemos esforzarnos una vez más por un verdadero conocimiento de tales fenómenos. No son algo que ocurra cotidianamente, y las ocasiones relativamente raras de este aspecto deben ser estudiadas no sólo físicamente, sino también en su aspecto espiritual.

En el momento de un eclipse solar, en la parte de la Tierra afectada tiene lugar algo totalmente diferente de lo que ocurre cuando no hay eclipse. Cuando se sabe que por una parte los rayos del sol penetran en la Tierra y por otro lado las fuerzas o rayos de la Tierra fluirán al encuentro con el sol, es posible formarse una idea de cómo un eclipse solar puede afectar estas radiaciones volitivas que son totalmente de naturaleza espiritual. La luz del sol es bloqueada por la luna, proceso puramente físico. Pero la materia física, en este caso el cuerpo lunar, no es un obstáculo para las fuerzas volitivas que fluyen hacia el espacio. Estas irradian sus fuerzas en la oscuridad, y sobreviene un breve período de tiempo, en el que todo lo que es de naturaleza volitiva en la Tierra fluye hacia el espacio universal de una forma anormal. Es totalmente diferente de lo que ocurre cuando no hay eclipse. Por lo general, la luz física del sol se une a las radiaciones de la voluntad que fluyen hacia él. Cuando hay un eclipse, dichas fuerzas fluyen sin obstáculos hacia el espacio cósmico.

Un eclipse es un evento físico detrás del cual se esconde una realidad espiritual significativa.

Los antiguos iniciados sabían estas cosas. Vieron que en ese momento todos los impulsos e instintos desenfrenados de la humanidad ondeaban hacia el cosmos. Y daban a sus alumnos la siguiente explicación: En condiciones normales, los malos impulsos de la voluntad que se envían al cosmos por los seres humanos son quemados y consumidos por los rayos del sol, de modo que sólo pueden herir al propio ser, pero no hay ningún daño universal. Sin embargo, cuando hay un eclipse de sol, se da la oportunidad para que el mal que existe en la Tierra pueda extenderse a todo el cosmos. Un eclipse es un evento físico detrás del cual se esconde una realidad espiritual significativa.

Y de nuevo, cuando hay un eclipse de Luna, el hombre de hoy se limita a decir: “La Tierra se interpone entre el Sol y la Luna, por lo que podemos ver la sombra de la Tierra proyectada sobre la Luna». Esa es la explicación física. Pero en este caso, también el iniciado sabía  que había una realidad espiritual detrás de la realidad física. Sabían que cuando hay un eclipse de Luna, los pensamientos fluyen a través de la oscuridad de la Tierra, y que esos pensamientos tienen una relación más estrecha con la vida inconsciente que con la vida consciente del ser humano. El iniciado a menudo hacia uso de un cierto símil cuando hablaba con sus alumnos. Por supuesto, es necesario traducir sus palabras a un lenguaje moderno, pero esta es la esencia de lo que decían: «A los visionarios y soñadores les encanta pasear bajo la luz de la luna llena. Existen, sin embargo, ciertas personas que no desean recibir los buenos pensamientos que les llegan desde el cosmos, sino que, por el contrario, están deseosos de apoderarse del mal, de pensamientos diabólicos. Esas personas eligen el momento de un eclipse lunar para sus andanzas nocturnas».

Una vez más nos acercamos a la realidad espiritual en un evento físico. Hoy en día no hay que absorber este tipo de enseñanza en su forma antigua. Si tuviéramos que hacerlo, seriamos conducidos a la superstición. Pero es muy necesario llegar a un punto en el que seamos capaces de percibir una vez más lo espiritual que impregna todos los procesos cósmicos. Los eclipses del sol y la luna, que se repiten como lo hacen en el transcurso del año, en realidad pueden ser vistos como una válvula de seguridad; Una válvula de seguridad está ahí para evitar el peligro, para proporcionar una salida para una cosa u otra (vapor, por ejemplo) en el momento adecuado. Una de las válvulas de seguridad que hace su aparición en el cosmos y a la que damos el nombre de eclipse solar, sirve para llevar al espacio de manera luciférica el mal que se esparce sobre la Tierra, para que ese mal pueda causar estragos en una esfera más amplia y menos concentrada.

La otra válvula de escape, el eclipse lunar, existe con el propósito de permitir que los malos pensamientos que están presentes en el cosmos puedan acercarse a aquellos seres humanos que están deseosos de ser poseídos por ellos. En asuntos de esta naturaleza la gente, por regla general, no actúa con plena conciencia, pero los hechos, sin embargo son reales —tan reales como la atracción de un imán por las pequeñas partículas de hierro. Tales son las fuerzas que trabajan, en el cosmos, fuerzas no menos potentes que las fuerzas que se analizan e investigan hoy en nuestros laboratorios químicos.

eclipse del 28 de septiembre de 2015

El hombre no será capaz de liberarse de las fuerzas de su ser, que tienden a arrastrarlo hacia abajo hasta que desarrolle en sí mismo un cierto sentimiento de conceptos espirituales como éstos. Sólo entonces se abrirá a la humanidad el camino que conduce a una verdadera comprensión del nacimiento y de la muerte. Y esa comprensión y entendimiento es muy necesaria para la Humanidad actual, donde los hombres están sumergidos en la oscuridad espiritual. Tenemos que aprender de nuevo lo que significa realmente cuando el sol difunde su luz hacia nosotros. Cuando la luz del sol fluye hacia nosotros, el espacio circundante se abre paso a las almas que deben dejar sus cuerpos físicos y se dirigen hacia el espacio universal. Cuando el sol envía su luz a la Tierra, la Tierra envía a las almas humanas al espacio cósmico, donde sufren muchas metamorfosis. Luego, en una forma espiritual, se acercan a la Tierra una vez más, pasando en su descenso por la esfera Lunar, tomando posesión del cuerpo físico que se ha preparado para ellos en la corriente de la herencia física. No será posible entrar en una relación correcta con el universo hasta el momento en que empecemos a sentir y experimentar estas cosas de una manera real y viviente.

Hoy las aprendemos por la astronomía, los telescopios y así sucesivamente. Aprendemos cómo los rayos del Sol penetran la Tierra, e imaginamos que ya está todo dicho. Aprendemos cómo los rayos del sol caen sobre la luna y la luna los refleja de vuelta a la Tierra, y miramos a la luz de la luna en este único camino, teniendo en cuenta sólo su aspecto físico. Por estos medios se pone en juego el intelecto. El conocimiento intelectual saca al hombre del cosmos y tiende a destruir la actividad interior del alma. Esta vida interior del alma puede ser despertada, pero el hombre primero debe recuperar una relación espiritual con el cosmos. Esto lo podrá hacer sólo cuando vuelva a decirse a sí mismo: «Un hombre ha muerto. Su alma irradia hacia el sol, hacia el cosmos, viajando por el camino hecho para él por los rayos del sol, hasta que entra en una región donde el espacio tiene un final, donde ya no se puede hablar en términos de tres dimensiones, sino que las tres dimensiones se fusionan en una unidad. En esta región, más allá del espacio y fuera del tiempo, suceden muchas y variadas cosas: pero más tarde, desde la dirección opuesta, desde la dirección de la luna, de la luz de la luna, el alma vuelve una vez más y entra en un cuerpo humano físico, nace de nuevo a la vida terrenal. «

Cuando el hombre aprenda una vez más, que las almas de los muertos van al encuentro de los rayos de luz del sol, que los haces luminosos de la luna introducen a las almas de nuevo a la Tierra, cuando aprenda a sentir concretamente cómo los procesos y fenómenos naturales están impregnados de espíritu por todas partes, entonces surgirá una vez más en la Tierra un conocimiento que será al mismo tiempo Religión, un conocimiento verdaderamente devocional. El conocimiento basado totalmente en el materialismo nunca puede convertirse en Religión. Y la religión que se basa en una fe, que no surge de la fuente del conocimiento, nunca se podrá armonizar con todo lo que el hombre ve y observa en el universo que le rodea. Los hombres de hoy todavía repiten ciertas oraciones desde los tiempos antiguos. Y si alguien sostiene, como lo he hecho en el folleto titulado «La Oración del Señor”, (NT. GA96. La Oración del Señor. Rudolf Steiner — Berlín, 28 de Enero de 1907 ) que las profundas verdades espirituales se ocultan en estas antiguas oraciones, la gente moderna inteligente dice: Eso es visionario, mero sueño, pura fantasía. Pero no es fantasía, sino que se basa en el conocimiento del hecho de que estas oraciones, que se remontan a tiempos antiguos, y que la tradición ha conservado para la Humanidad, han sido concebidas por una comprensión profunda de los procesos cósmicos. Debemos recuperar para nosotros mismos una vez más un conocimiento y una comprensión que nos permitirá acceder en el alma un sentimiento parecido a la religión cuando nos enfrentamos a grandes eventos cósmicos. Debemos ser capaces de decir, con los hombres de la antigüedad: «¡Oh Sol, tú envías hacia mí los rayos de tu luz. Estos rayos forman un camino para mí en la Tierra y a lo largo de esta vía, que se mueve en la dirección opuesta, las almas de los seres humanos, las almas de los muertos fluyen hacia el espacio cósmico. «Y otra vez:» ¡Oh Luna, tú brillas con suave resplandor sobre la Tierra desde tu lugar en el cielo. Y llevados por las olas de tu luz suave desde los lejanos espacios cósmicos, llegan las almas que están de regreso, una vez más a la existencia terrenal».

Es así como podemos encontrar de nuevo la conexión entre la luz y el resplandor del mundo exterior y todo lo que vive y teje en el ser interior del hombre. Entonces dejarán de decir sin pensar: «El hombre está rodeado por el universo físico y no puede formarse ninguna concepción de lo que será de su alma cuando, separada del cuerpo, salga de este universo puramente material». Por el contrario, sabremos que mientras los rayos penetrantes del sol se abren paso a través del espacio, están todo el tiempo trabajando para las fuerzas que fluyen hacia la voluntad humana, y preparan un camino para ellos. Debemos reconocer también que la Luna no arroja su luz suavemente ondulada sobre la Tierra sin fin o propósito, sino que hay un elemento espiritual sobre los oleajes y corrientes a través del espacio, llevados por las ondas de la Luna.

Cuando percepciones como éstas entren en nuestra conciencia, ya no seremos capaces de mirar con indiferencia una planta, cuando se baña en la luz del sol de la mañana. Porque es un momento muy especial, donde se llevan a cabo los procesos en la planta. Es entonces cuando los jugos de la planta se realizan por sus delicados vasos en flores y hojas. Es entonces cuando los rayos del sol, que quedan en la planta, dan paso a las fuerzas de voluntad que vienen de la Tierra. Y no es sólo que la savia descrita por nuestros científicos modernos fluyen a través de la planta en ese momento, son las fuerzas de la voluntad que tienen su asiento en las profundidades de la Tierra, la corriente hacia arriba también de la raíz de la planta en flor. Y por la tarde, cuando las hojas y pétalos se cierran, cuando los rayos del sol ya no preparan un camino para que las emanaciones de la voluntad se transmitan hacia arriba de la tierra, la actividad interna de la planta cesará y descansará.

La planta, sin embargo, también está expuesta a la luz suave de la luna. La luz de la luna no proyecta su hechizo sólo sobre los amantes, también influye en la planta durmiente. Entretejida con la luz de la luna, el pensamiento cósmico fluye hacia la planta y trabaja en ella.

Así, en la planta aprendemos a buscar las fuerzas combinadas de la «voluntad terrenal» y el «pensamiento cósmico». Y se estudiara la forma de las diferentes plantas con el fin de descubrir en qué medida cada una de ellas se teje de «pensamiento cósmico» y de «voluntad terrenal.» Y cuando aprendemos espiritualmente, las fuerzas curativas de primavera a partir de estos pensamientos cósmicos, y de esta voluntad terrenal, las propiedades curativas de las plantas se nos darán a conocer y aprenderemos a ver en la planta la hierba medicinal. Pero esto sólo llegara cuando uno ha llegado a un conocimiento profundo de los procesos cósmicos que hace posible reconocer las potencialidades correctoras de las diferentes plantas.

Tenemos que ganar este nuevo conocimiento. Debemos llegar al punto en que podamos entender como la cabeza humana está en realidad moldeada a la imagen de la Tierra misma. En el embrión humano es la cabeza lo primero que toma forma. Se moldea a semejanza de la Tierra, y el resto del cuerpo se une a él. Cuando la cabeza humana se baña en la luz, y la luz del sol penetra, entonces lo que en la mente humana es análogo a la voluntad «terrenal» resplandece en el cosmos como un poder viviente.

Ahora bien, si tenemos en cuenta una planta cuya raíz contiene las fuerzas de la «voluntad terrenal», en grado notable, podemos estar seguros de que la raíz de esta planta busca continuamente evadir la luz del sol, y podemos estar igualmente seguros de que esta especialmente sometida a la influencia de la luz de la luna, que, aunque nos parece que sus rayos brillan débilmente sobre la Tierra, sin embargo penetran a través de las raíces de las plantas.

Si, por la quema de la raíz de una planta, traemos el elemento de la luz, y si conservamos las cenizas obtenidas de este modo y hacemos un polvo de ellas, entonces tenemos los medios para probar cómo tal polvo es capaz, en virtud de los procesos cósmicos inherentes dentro de ella, de trabajar sobre la cabeza humana, pues las fuerzas de la voluntad de la cabeza son similares en su naturaleza a las fuerzas de la voluntad de la Tierra. El punto es que debemos aprender a comprender la relación que existe en todas partes entre la materia y el espíritu, una conexión que no difiere si se trata de la más pequeña partícula de materia o la de mayor masa. Entonces seremos capaces de hacer algo que en la actualidad es válido sólo para las matemáticas, hemos de ser capaces de aplicar a todo el ámbito de las verdades de la naturaleza que primero vienen a nosotros como intuiciones puramente espirituales.

Un cubo, sabemos, está compuesto de seis cuadrados. Tal cosa puede salir del pensamiento; Es un pensamiento-imagen. En la sal, en la sal de cocina ordinaria, encontramos el cubo nuevamente en la naturaleza misma, y aquí descubrimos la conexión entre un principio espiritual  —algo «pensado»— y una sustancia material en la naturaleza exterior. Pero les pregunto: -—¿Qué hace el hombre medio de hoy en día, conoce el grado en el cual las fuerzas espirituales —las fuerzas cósmicas del pensamiento, las fuerzas terrestres de la voluntad— se encuentran en la raíz de cualquier planta en particular? Y sin embargo, el proceso es el mismo que el que llevamos a cabo hoy, aunque de la manera más abstracta, cuando por primera vez concebimos el cubo, y luego procedemos a encontrarlo de nuevo en la sal común.

Lo que hoy en día sólo practicamos cuando pensamos en términos de matemáticas, tenemos que aprender a hacerlo de nuevo con todo lo que está comprendido en el rango del alma humana. El estudio de las matemáticas, por regla general, no da lugar a una actitud piadosa, religiosa de la mente. Un hombre así como Novalis podría, es cierto, ser arrebatado por la devoción cuando se entregaba al estudio de las matemáticas. Para Novalis, la ciencia de las matemáticas era un gran y hermoso poema. Uno se encuentra con algunas personas que entran en un estado de ánimo devocional al estudiar matemáticas.

Cuando, sin embargo, damos un paso más allá, cuando evocamos el espíritu desde las profundidades del ser del hombre y llevamos este espíritu al cosmos, donde por supuesto ya lo es (uno simplemente aprende a reconocerlo de nuevo) impregnada de religión; La armonía entre la religión y la ciencia se lograran una vez más.

 

Traducido por Gracia Muñoz.

15 comentarios el “GA213c1. La luz de sol, la luz de la luna, los eclipses y la vida anímica del hombre

  1. devoraperelli dice:

    que bueno haberlos descubierto!!!!!!!un tesorito el texto

  2. Es una alegría haber hallado este sitio!!! Un cálido saludo desde Argentina.

  3. Gracias, excelente.
    Que viva el sol eternamente

  4. José Henrique Pérez Calvo dice:

    Un temazo, donde puede verse la profundidad del autor.

  5. José Henrique Pérez Calvo dice:

    En concordancia con esto, las fuerzas del bien, aparecen en Primavera y Verano, mientras que el Otoño y el Invierno, serían períodos mas oscuros y probablemente factores de decaimiento humano.

    • elsa cristina diaz dice:

      Desde Navidad hasta las Pascuas estamos protegidos por el Cristo,, después quedamos solos con nuestro propio albedrió.. si este tiempo otoño -invierno yo lo veo que es para evolucionar conscientemente.

  6. Mare dice:

    Magnífica traduccion Gracia Muñoz.
    Te felicito!

  7. Magdalena Stark dice:

    Hacia ti, oh sol, te llaman con anhelo la planta, el animal y el ser humano!
    En gratitud y en devoción elevo la mirada hacia ti, oh sol, alabado sea el Señor, alabado sea!

  8. elsa cristina diaz dice:

    Gracias , me interesa mucho todo tu material de Antroposofía, gracias otra vez.

  9. […] GA 213c1. La luz de sol, la luz de la luna, los eclipses y la vida anímica del hombre […]

  10. Horacio benchuya dice:

    Muy bueno gracias

  11. Esta buenísima esta conferencia. Muchas gracias por la traducción!

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